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James Oliver Huberty provenía de un hogar roto. Su único amigo durante su solitaria infancia había sido su perro. Su madre, que lo había abandonado a él y a su hermana cuando eran pequeños, se limitó a decir: “Yo necesitaba ayuda”.
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Huberty se casó y tuvo dos hijas. En 1965 recibió una licencia especial del Pittsburg Institute of Mortuary Science para poder practicar embalsamamientos. Después se licenció en Sociología por una pequeña universidad cuáquera de Ohio y se compró una casa; pese a su pasado de abandono, era un hombre de familia estable. Sin embargo, perdió su trabajo de soldador al cerrar la empresa y nunca llegó a practicar ningún embalsamamiento.
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Según testimonios, muchos de sus amigos creyeron que era comunista tras oírlo despotricar contra el sistema capitalista después del cierre de su empresa. Sin embargo, su esposa Etna dijo: “Si hay que ponerle alguna etiqueta a James, es más bien la de nazi”. Eran varias las escenas de violencia doméstica vividas entre ellos; Etna era una mujer muy violenta y agredía a Huberty constantemente, sobre todo cuando estaba ebria.
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Huberty decidió trasladarse al oeste del país e iniciar una nueva vida, pero perdió mucho dinero con la venta de su casa. Inexplicablemente, se trasladó a la población fronteriza mexicana de Tijuana donde, incapaz de hablar español y sintiéndose (según su esposa) “desvalido, perdido y rechazado”, empezó a desarrollar un odio intenso hacia los hispanoamericanos.
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El único empleo que consiguió fue el de guardia de seguridad, pero fue despedido a las pocas semanas. En lo que al parecer fue un último intento por salvar lo que quedaba de su vida, Huberty solicitó un puesto en una clínica de salud mental, pero no lo consiguió, pese a tratarse de una institución con falta de plantilla. Luego volvió a trasladarse a Estados Unidos y se instaló en una casa de San Ysidro, desde la que se veía un local de la cadena de hamburgueserías McDonald's, muy frecuentado precisamente por jóvenes hispanos.
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El 17 de julio de 1984, Huberty llamó a una clínica mental y pidió ayuda. La recepcionista apuntó su apellido como “Shouberty”; como no se trataba de ninguna emergencia, nadie le devolvió la llamada. Huberty se fue a un McDonald’s en el barrio de Clairemont (al norte de San Diego) y estuvo allí varias horas. El 18 de julio estuvo en el zoológico de San Diego con su familia. Empezó con la visita a los animales enjaulados; allí hizo varios comentarios donde reflejaba su amargura y resentimiento social al compararse con ellos. Se sentía atrapado por las circunstancias.
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Llevó luego a su familia a casa y le anunció a su esposa: “¡La sociedad ha tenido su oportunidad! Voy a cazar... ¡a cazar humanos!”. Tomó sus armas y partió en su destartalado automóvil Mercury. Un testigo que lo vio salir armado a la calle llamó a la policía, pero les dio la dirección equivocada.
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Huberty fue primero al supermercado Big Bear. Rondó por allí un rato y después se marchó. Se dirigió a la oficina postal, pero tampoco hizo nada. Finalmente, regresó al rumbo de su casa, llegó a la hamburguesería McDonald’s, entró y pidió una hamburguesa y unos McNuggets de pollo. Cuando vio el tamaño de su hamburguesa, le reclamó al empleado señalando la fotografía publicitaria sobre el mostrador, la cual mostraba una hamburguesa enorme y jugosa. El empleado, un hispano, lo trató mal; Huberty, enojado, resentido y silencioso, salió del restaurante.
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Regresó con sus armas en la mano y empezó a disparar indiscriminadamente; eran las 15:40 horas y había cruzado la línea. Llevaba una ametralladora Uzi, una escopeta de doble cañón y una pistola. La policía fue alertada, pero se equivocaron nuevamente y se dirigieron a un McDonald’s ubicado cerca de la frontera con Tijuana; al ver que no sucedía nada, pensaron que se había tratado de una broma. Se marcharon y eso permitió que Huberty se diera gusto matando personas durante casi una hora y media.
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En el transcurso de un asedio que duró ochenta y dos minutos, descerrajó doscientos cincuenta y siete tiros contra los clientes aterrorizados, matando a veintiuno e hiriendo a diecinueve más. Asesinó a clientes y empleados, principalmente a hispanos. Muchos de ellos eran niños.
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Mientras disparaba, gritaba que había matado a cientos de personas en Vietnam; pero era mentira, pues Huberty nunca estuvo en el ejército. La policía llegó al McDonald’s, rodeó el lugar y se inició una tensa espera. Huberty no iba a negociar la vida de los rehenes: lo que deseaba era asesinarlos.
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Finalmente, un policía llamado Chuck Foster le disparó en el pecho y lo mató. Debido al número tan elevado de muertos, las funerarias locales no se dieron abasto y los cuerpos tuvieron que ser colocados en el Centro Cívico de San Ysidro; tampoco la Iglesia Monte Carmelo, que tenía cadáveres esperando turno para las exequias.
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La reacción oficial a la masacre fue casi tan trágica y catastrófica como el propio suceso. Si la cobertura televisiva puede servir de ilustración, el Estado y sus distintos organismos sólo intervinieron para expresar su estupefacción ante los móviles del asesino y ofrecer los servicios de terapeutas para que ayudaran a las víctimas (presentes y futuras) a “ajustarse” al shock. A los pocos días de la matanza, se envió a un grupo de científicos para que encontraran respuestas al caso Huberty. Pero, curiosamente, se les instruyó para que investigaran en una falsa dirección: se les dijo que diseccionaran su cerebro en busca de alguna misteriosa lesión, pero en ningún caso que analizaran el significado social de sus actos.
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La oficina forense ordenó practicarle al cadáver de Huberty todos los exámenes posibles, entre ellos análisis toxicológicos. Se le encontró una cantidad inusual de cadmio: "la suficiente para matar a dos personas", dijeron los forenses. El cadmio es un metal pesado que cuando ingresa al organismo destruye los riñones y daña el sistema nervioso. Los expertos no se explicaban cómo es que Huberty no había muerto semanas atrás. Investigaron cómo fue que Huberty se contaminó y encontraron que, antes de migrar a California, trabajó como soldador. La exposición a los gases tóxicos, sin protección alguna, le enfermaron y provocaron trastornos mentales. Un antiguo compañero de trabajo declaró que Huberty continuamente decía que los humos de la soldadura lo estaban volviendo loco. William Walsh, quien estudió el caso desde el principio, hizo un descubrimiento sorprendente: en el organismo de Huberty (y en el de otros que han ejecutado masacres y actos de extrema violencia) se encontró la presencia y acumulación de contaminantes de propiedades neurotóxicas. La relación entre la presencia de ciertos contaminantes que afectan la conducta humana y el crimen violento interesó, desde los noventa, a numerosos investigadores de los campos de la neurotoxicología, la criminología y la salud ambiental.
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El 26 de septiembre de 1984, semanas después de la masacre, la cadena McDonald’s derribó el restaurante y donó el terreno a la ciudad. En el lugar de la masacre se levantó un monumento en memoria de las víctimas: 21 pilares hexagonales de granito. Desde entonces, cada 2 de noviembre, Día de los Muertos en México, el lugar se llena de flores, veladoras y adornos de papel picado.
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De inmediato se bautizó a Huberty como “McMurder”. Asombrosamente, la esposa de Huberty demandó a McDonald’s por cinco millones de dólares, alegando que la comida de la cadena era lo que había enloquecido a su marido; perdió la demanda.
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Victimas:
Elsa Herlinda Borboa-Firro, 19 (empleada)
Neva Denise Caine, 22 (gerente)
Michelle Deanne Carncross, 18
María Elena Colmenero-Silva, 19
David Flores Delgado, 11
Gloria López González, 23
Omar Alonso Hernández, 11
Blythe Regan Herrera, 31 (madre de Matao Herrera)
Matao Herrera, 11
Paulina Aquino López, 21 (empleada)
Margarita Padilla, 18 (empleada)
Claudia Pérez, 9
Jose Rubén Lozano Pérez, 19
Carlos Reyes, 8 meses
Lynn Wright Reyes, 18 (madre de Carlos Reyes)
Victor Maxmillian Rivera, 25
Arisdelsi Vuelvas Vargas, 31
Hugo Luis Velazquez Vasquez, 45
Laurence Herman "Gus" Versluis, 62
Aida Velazquez Victoria, 69
Miguel Victoria-Ulloa, age 74 (esposo de Aida Victoria)
Neva Denise Caine, 22 (gerente)
Michelle Deanne Carncross, 18
María Elena Colmenero-Silva, 19
David Flores Delgado, 11
Gloria López González, 23
Omar Alonso Hernández, 11
Blythe Regan Herrera, 31 (madre de Matao Herrera)
Matao Herrera, 11
Paulina Aquino López, 21 (empleada)
Margarita Padilla, 18 (empleada)
Claudia Pérez, 9
Jose Rubén Lozano Pérez, 19
Carlos Reyes, 8 meses
Lynn Wright Reyes, 18 (madre de Carlos Reyes)
Victor Maxmillian Rivera, 25
Arisdelsi Vuelvas Vargas, 31
Hugo Luis Velazquez Vasquez, 45
Laurence Herman "Gus" Versluis, 62
Aida Velazquez Victoria, 69
Miguel Victoria-Ulloa, age 74 (esposo de Aida Victoria)
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